Corría el año 1917 y Europa seguía ardiendo en el incendio de la guerra mundial. En vano el gran Pontífice de la Paz, Benedicto XV, había recurrido a todos los medios humanos y divinos para apagarlo. El incendio se propagaba de pueblo en pueblo de continente en continente, amenazando arrastrar en el vértigo de sus llamas a todas las naciones del globo.
Un año antes había llegado el turno al pequeño Portugal, que, día a día, veía desaparecer la flor de sus hijos y sus escasos recursos en el espantoso abismo. Por todas partes llantos, ruina, desolación, muerte. Cuando, he aquí que entre los siniestros rumores de la guerra, empieza a circular por el país, de Norte a Sur, una noticia que sonaba como preanuncio de paz, una invitación placentera (como el arco iris en medio de la tempestad: A Fátima! A Fátima!
Y, qué era Fátima? Los mejores autores de geografía o de historia lo ignoraban. Fuera de Fátima, la hija predilecta de Mahoma, muerta en el año 632, de quien tomó el nombre en el siglo X la famosa dinastía de los Fatimitas, no conocían otra ciudad o persona digna de figurar en la historia, que respondiese a tal nombre.
Y eso no obstante, hoy, el nombre de Fátima corre de boca en boca, no sólo en Portugal, sino también en casi todas la naciones de Europa; y en muchas partes de Asia y América, de Africa y Oceanía, es conocido y bendecido y celebrado con entusiasmo siempre creciente.
Qué es Fátima? Una pequeña parroquia de 2.700 almas, de la diócesis de Leiría, perdida en uno de los contrafuertes de la Serra de Aire, a unos 150 kilómetros al norte de Lisboa, casi en el centro geográfico de Portugal.
Pueblecito antiguo, con nombre netamente árabe, como otros muchos de aquella región, cuyos orígenes se pierden en una curiosa leyenda, la historicidad de la cual no voy a garantizar, pero tampoco querría negarla enteramente.
El año de 1158, según la antigua crónica, cuando toda aquella región de Portugal, que se extiende desde el Tajo hacía el Sur, se hallaba sometida a la dominación musulmana, una brillante cabalgata de damas y caballeros árabes, elegantes en extremo, partían del castillo de "Alcacer do Sal", la mañana del 24 de junio, para celebrar la fiesta de San Juan, cabe las aguas del Sado.
Caminaban alegremente, cuando he aquí que se lanza sobre ellos fulminantemente una escuadrilla de portugueses, que estaba en acecho, guiados por el temido "Traga-Moiros" (Tragamoros), don Gonzalo Hermingues. A tan repentino ataque se desparrama el cortejo, la mayor parte de los caballeros sucumbe combatiendo con valor; los otros, con muchas de las damas, son hechos prisioneros y conducidos a Santarem, donde se hallaba por entonces don Alfonso Henriques, el fundador de la monarquía portuguesa, en guerra con la Medialuna.
El Rey, loada la proeza de los suyos, pregunta al capitán:
- Qué recompensa deseas?
- El honor de haberos servido, Majestad, y como recuerdo de esta jornada, osaré pediros la mano de Fátima.
Era Fátima la más noble de las damas, la hija del Valí de Alcacer.
- Sea así - respondió el Monarca - ; pero a condición de que la doncella se convierta a nuestra santa fe, y consienta en ser vuestra esposa.
Fátima aceptó. Luego que fue catequizada, recibió con el Bautismo el nombre de Oureana. Se celebró el matrimonio y el Rey, como regalo de bodas, dio a don Gonzalo la pequeña ciudad de Abdegas, que, desde aquel día, se llamó Oureana, hoy Ourem.
Se pasaron rápidos los años en continuas guerras con la Medialuna. Oureana murió en la flor de la vida, y el guerrero don Gonzalo, inconsolable en su dolor, buscó su alivio en la fe y se hizo Monje de San Bernardo en la gran Abadía de Alcoboça, recientemente construida por el Rey Alfonso, a unos 30 kilómetros de Ourem.
Poco tiempo después, el abad del monasterio hizo trasladar los restos de Oureana a un pueblecito distante 6 kilómetros de Ourém, donde había hecho levantar, en honor de Nuestra Señora, una iglesia y un pequeño convento. Desde aquel día el pueblecito tomó el nombre de "Fátima". Así la leyenda.
El convento existió hasta fines del siglo XVI y la iglesia perdura aún, pero la importancia histórica de Fátima fue siempre en disminución. En 1917 era su nombre desconocido aun a los más aficionados a la Georgrafía.
Los alrededores son todavía una de las más renombradas regiones en la historia de la Península Ibérica. Allí tuvieron lugar en el siglo XII algunos de los hechos más famosos de armas, que consagraron a Portugal cual caballero de Cristo en la lucha contra el Islam. Allí, en vigilia de la Asunción del año 1385, el Rey Juan I y el Santo Condestable, el Beato O. Nuño Alvares Pereira, héroe nacional portugués, con un solo grupo de hombres, fortalecidos con la protección de la Virgen Santísima, desbarataron el formidable ejército que el Rey de Castilla había reunido para invadir Portugal. En recuerdo de esta señalada victoria, que aseguró la independencia de Portugal, el Rey Juan hizo construir un grandioso templo a "Nuestra Señora de la Victoria" con el anejo convento de la "Batalla", verdadero joyel de arte gótico, que confió luego a los Padre Dominicos.
Cuidado principal de su celo fue el propagar en el pueblo de los alrededores la devoción del Santo Rosario. Esta devoción se arraigó de tal manera, que se ha conservado hasta nuestros días y ha sido practicada no sólo en todas las familias, sino aun entre los mismos niños. Era una hermosa preparación para merecer la gracia singularísima, con que María Santísima favoreció a aquellos sus devotos.
Y ahora, lector amigo, más que leer, gusta las maravillas obradas por María Santísima en aquel ángulo lejano del antiguo Continente.
CAPITULO PRIMERO de la Traducción de la 9.a edición italiana, 9.a edición española notablemente aumentada por FACUNDO JIMENEZ, S.J. de EL MENSAJE DE MARIA AL MUNDO - LAS MARAVILLAS DE FATIMA por Luis Gonzaga da Fonseca S.I., Profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Ediciones Sol de Fátima - Patronato Juan XXIII - Orcasitas - Madrid-26, Casa del Corazón de María - Pontevedra
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